Hace poco conversaba con un querido amigo, físico, educado en la Unión Soviética y portaestandarte del perfil bajo, sobre la particularidad de los profesores europeos, sobre todo alemanes, rusos e ingleses en cultivar la práctica de un instrumento musical. Un profesor en la cátedra europea es también un músico me decía con solemnidad mi amigo que vaya que conoce de estos temas.
Y ya después, en los tiempos del premio Nobel, otro amigo, matemático, posteaba un artículo del New York Times en el que se señalaba la importancia de la música en los procesos de comprensión y la correlación existente entre amor por la música y el talento cognoscitivo y el éxito científico o en otras áreas del saber y la cultura. Hugo Ñopo, quien era el posteador, añadía posteriormente lo señalado por el novísimo Premio Nobel de Medicina, Thomas Sudhof, cuando, ante la pregunta sobre qué piensa al haber ganado el máximo premio a la investigación en medicina, respondía "todo se lo debo a mi profesor de fagot. El me enseñó que la única forma de conseguir el éxito era escuchando y practicando, escuchando y practicando, horas, horas y más horas". Hermoso ejercicio metafórico añadiría.
En lo personal no tengo la menor duda que es así. El rigor y la práctica son constructores de éxito. Así lo decían también Alva Edison, Albert Einstein y más antes Benjamin Franklin. Lo novedoso en este caso es encontrar en la música el aliciente suficiente para hacer el camino del éxito más llevadero.
La práctica de un instrumento musical es tan importante como ser un melómano empedernido. Escuchar a Bach, Mozart, Telemann, Haydn (el cello concerto No. 1 por Jacqueline Du Pre es uno de mis favoritos) es tan estimulante como tocar el piano o el violín. Ambos son placeres que no son excluyentes.
Y de eso trata el tema de la música en un extenso reportaje del New York Times que sugiero lean mientras escuchan, como música de fondo, a ese ser excepcional que fue Jacqueline du Pre.
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